miércoles, 7 de febrero de 2024

LAS EDADES DE ALCINA Y LA EXCELENCIA DE MARCON

Alcina. Música de George Friedrich Händel. Libreto de Antonio Fanzaglia, según “L’isola d’Alcina” de Riccardo Broschi a partir de los cantos VI y VII del poema “Orlando furioso” de Ariosto. Andrea Marcon, dirección musical. Lotte de Beer, dirección escénica. Julia Langeder, reposición de la puesta en escena. Christof Hetzer, escenografía. Jorine van Beek, vestuario. Alex Brok, iluminación. Juan Manuel Guerra, reposición de la iluminación. Orquesta Barroca de Sevilla. Con Jone Martínez, Maite Beaumont, Daniela Mack, Lucía Martín-Cartón, Ruth González, Juan Sancho, Riccardo Novaro e Inma Alcántara. Producción de Deutsche Oper am Rhein Düsseldorf Duisburg. Teatro de la Maestranza, martes 6 de febrero de 2024


Desde que inauguráramos el coliseo del Paseo Colón, la ópera barroca apenas ha asomado un puñado de veces, algunas de ellas sólo en versión concierto. Hasta 1995, cuatro años después de ponerse en marcha, no disfrutamos de la primera, un Rey Arturo de Purcell con Pinnock al frente, y hasta 2005 no llegó la primera escénica, una Coronación de Popea con la Barroca estrenándose en el foso del Maestranza diez años después de su fundación. Los mayores hitos llegaron en 2007 con la recuperación de Motezuma de Vidaldi, el año siguiente con Julio César de Haendel, y al otro con Al Ayre Español brindándonos en concierto Orlando, prima hermana de esta Alcina que hoy comentamos. La Partenope de Vinci fue sin duda un hito inmejorable, con recuperación de decorados en estilo incluida, pero tuvieron que pasar otros diez años para disfrutar de otra ópera barroca en escena, Agrippina, a las puertas de la pandemia, hace justo cuatro años. Alcina llega, pues, para calmar las ansias de ópera barroca en una ciudad que cuenta con motivos de sobra para su cultivo y con una orquesta de muy alto nivel que permite llevar a escena a Vivaldi, Haendel y quien se precie en las mejores condiciones posibles.

Lucía Martín-Cartón

A la batuta contamos en esta ocasión con la sabia y prestigiosa reputación de Andrea Marcon, que supo extraer de la orquesta un sonido nítido y elegante, trasparente hasta lo inverosímil y sedoso como nunca. Suya y de la formación fue prácticamente el cincuenta por ciento del éxito de esta empresa, logrando una experiencia envolvente y conmovedora, en la que brillaron cada solista y cada familia, con momentos sublimes de Mercedes Ruiz, un continuo excelso liderado por Marcon y la estupenda clavecinista Irene Roldán, excelentes trompas naturales y poderosos timbales en los últimos acordes de la partitura, así como flautas, oboes y fagot de una cantabilidad absoluta. Marcon y la nutrida representación de la Barroca de Sevilla lograron complementar las voces sin taparlas en ningún momento, y eso que el foso estuvo algo elevado para facilitar la proyección de una orquesta naturalmente más reducida que la Sinfónica habitual. La partitura sufrió alguna que otra reducción, sin las danzas ni el coro de un primer acto que se unió al segundo hasta el estremecedor Ah, mio cor con el que terminó un hipotético primer acto, por lo que la Sinfonía del tercero sonó como interludio a mitad de un igualmente hipotético segundo. Es decir, que por recortes y necesidades de tiempo, los tres actos se convirtieron en dos simétricos.

Jone Martínez y Maite Beaumont

A las espléndidas prestaciones de la orquesta se plegaron las virtudes de un esmerado elenco vocal, con Jone Martínez brillando como Alcina, con su voz aterciopelada y magníficamente fraseada, si acaso un poco falta de cuerpo, más asentada en la zona aguda, pero de precioso timbre, cincelado ya desde su aria de presentación, un Dí, cor mio conmovedor, más tarde rubricado con un Ah, mio cor que la soprano defendió con mucho sentimiento y expresividad. A su lado, la Morgana de Lucía Martín-Cartón disfrutó también de un timbre brillante, un canto muy en estilo y la capacidad para ornamentar suficiente para llevar a buen puerto Tornami a vagheggiar, auténtico highlight de una ópera repleta de sublimes melodías, a pesar de todo lo que la directora de escena le obligó a hacer mientras entonaba, quitarse un vestido, ponerse una rebeca y soltarse el pelo entre otras cosas. No compartimos el entusiasmo generalizado que provocó la muy curtida Maite Beaumont travestida como Ruggiero con Mio bel tesoro. Antes, había evidenciado falta de volumen en la zona grave y agudos a veces gritados, pero calentó la voz y ofreció esta preciosa aria con sentimiento y elegancia, pero no, apuntamos, como para destacar tanto sobre el resto de voces. En Verdi prati por ejemplo asomó una voz demasiado mate. La también mezzo Daniela Mack logró destacar como Bradamante, con voz bien colocada y adecuada para ornamentar, aunque en ocasiones su sonido apareciera algo apagado. En lo escénico anduvo un poco sobreactuada, pero no tanto como un espasmódico Juan Sancho, que no obstante a nivel canoro anotó muchos puntos como Oronte. Su facilidad para el fraseo y la ornamentación quedó bien expuesta en É un folle al principio del reinventado segundo acto. Muy bien cantó, manteniendo una línea de canto homogéneo y sin pérdidas de color, el barítono Riccardo Novaro, y no tanto, con voz pequeña aunque adecuada para su rol del niño Oberón, lo hizo la soprano canaria Ruth González. El coro, fuera de escena, mantuvo el nivel de excelencia que caracterizó a los integrantes, el elenco protagonista, con solos destacados incluso desde el propio foso, incrementando la magia de la aportación musical.

Un concepto barroco también en lo escénico

La muy solicitada directora de escena Lotte de Beer decidió en esta producción estrenada en Dusseldorf hace cuatro años, trasladar la acción de la mitología clásica a la mitomanía del siglo pasado, con Alcina como diva víctima de su belleza como principal ardid para seducir y conquistar a un ejército de fans decididos a perder su dignidad por disfrutar de los encantos del mito erótico. Una especie de villa vanguardista en lo que parece una localidad de costa, sirve de único escenario que se transforma mediante elegantes movimientos para cumplir los designios mayoritariamente simbólicos de su puesta en escena, magníficamente iluminada y acompañada de sugestivos videos de carácter atmosférico. Naturalmente volvemos a la incoherencia entre lo que se dice en el libreto y lo que vemos en escena, pero la solución se antoja menos caprichosa que otras veces, toda vez que sustituye la urna mágica que atesora los poderes de Alcina por su belleza juvenil, un poder de seducción que la vejez representada en la actriz Inma Alcántara se encarga de frenar. Así, la protagonista no será castigada por su maldad sino por su vanidad, y no con su desaparición sino con la ley natural que todos hemos de padecer.


Igual que la ancianidad irremediable viene representada, también lo hace la ingenuidad adolescente e infantil, antes de que la fama y la belleza corrompieran a Alcina y su hermana, simbolizada en unas figurantes ataviadas con la recurrente rebeca que el film de Hitchcock inmortalizó como metáfora de inocencia inmarchitable. Pero en escena hay casi siempre demasiada información, un concepto también barroco pero desde un punto de vista más contemporáneo y otra muestra de egocentrismo de la en este caso regidora de turno, empeñada en captar nuestra atención obligándonos a pensar demasiado, cuando en realidad lo que la mayoría queremos es atender a la música y disfrutar de su excelencia, afortunadamente ofrecida de manera tan satisfactoria.

Fotos: Guillermo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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