El Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla celebró un año más la festividad del patrón académico Santo Tomás en el suntuoso y muy deteriorado escenario del altar mayor de la Iglesia de la Anunciación. Una decisión que hace tiempo denunciamos como poco apropiada, dadas las deficiencias acústicas del templo, por no hablar de su gélido ambiente. Lo cierto es que ni siquiera con los paneles de contención que se adquirieron hace tiempo para amortiguar estos inconvenientes, el sonido consigue llegar con fuerza y nitidez más allá de las primeras filas. En esta ocasión el problema se acrecentó por el hecho de tratarse de un repertorio en su mayoría de flauta acompañada, cuyo sonido quedó patentemente eclipsado en los pasajes de efusividad orquestal, especialmente en una primera pieza acometida con flauta contralto en la que su sonido quedó considerablemente atenuado.
La afamada flautista checa Anna Fusek debutó así junto a la Barroca, comandada por uno de los directores que mejor la comprenden y más partido saca de ella, Manfredo Kraemer, ofreciendo todo un festín de acrobacias y agilidades dignas de la mejor virtuosista y nunca exenta de una afinada expresividad y un considerable buen gusto. Se dio la circunstancia de que casi todas las piezas fueron transcripciones o referencias de otras, como ese Concierto BWV 975 que Bach articuló para clave a partir del RV 316a, número 6 del opus 4 de Vivaldi, más conocido como La Stravaganza, que Fusek a su vez ofreció en un arreglo suyo particular para flauta, y del que extrajo una efervescente y cálida interpretación con la que equilibró la temperatura interior del templo, aunque a juzgar por su indumentaria ella no pareciera sufrirla.

El mismo que antes desplegaron en un Concerto Grosso nº 2 de Geminiani, basado en la descomposición y reinvención del opus 5 de Corelli, siguiendo la forma de sonata da chiesa con estéticas en la línea al Haendel que conoció en su estancia en Londres. Toda una exhibición de fuerza y sensibilidad, especialmente en el adagio, que la orquesta salvó con entera satisfacción, sobre todo Alejando Casal alternando milagrosamente órgano y clave con absoluta entrega y precisión. De la muy gozosa Sinfonía nº 4 de Michel Corrette, basada en temas populares navideños extranjeros, se acentuaron los pasajes alegres como Une jeune pucelle que lo abre, y se dulcificaron otros más sentimentales como el precioso Chrotiens qui suivez l’Eglise, siempre bajo la atenta mirada de Kraemer y con una Barroca sedosa a la vez que impetuosa. Ruiz y Casal acompañaron con fortuna al duelo de violines que propone Jean-Marie Leclair en su Obertura Op. 13 no. 2, una obra menor pero sensacional en manos de Kraemer y Leo Rossi dando voz a los dos violines protagonistas.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía