Dicen que Wilhelm Müller era un poeta que deseaba poder componer música para expresar sus sentimientos, y que Schubert le ofreció el vehículo ideal para poder saciar este anhelo. Por su parte el compositor era capaz de destilar poesía a través de su música, sin necesidad siquiera de añadir palabras a su música. La poesía se encuentra por lo tanto en la génesis y la consecuencia de este ciclo imprescindible del Kunstlied o Arte de la canción que Schubert supo cultivar como ningún otro autor en su época ni nunca. Rutilante recién galardonado en los recientes y accidentados Premios Princesa de Girona, el joven sevillano Rafael R. Villalobos regresó a la escena hispalense con una nueva y controvertida propuesta. No nos sentimos con autoridad suficiente para poner en tela de juicio la interpretación que de Winterreise (Viaje de invierno) ha hecho el joven premiado, pero no podemos obviar los sentimientos que a lo largo de los años nos ha inspirado esta desgarradora obra sin igual a la hora de valorar el resultado de esta insólita puesta en escena.
Villalobos sumerge al protagonista de los poemas de Müller en una desoladora espera con un esmerado trabajo de iluminación para subrayar los aspectos más expresivos del drama, con un escueto pero preciso atrezzo a fuerza de flores secas, obvia referencia a la felicidad pasada y el amor marchito en un entorno invernal, una botella de vino que el protagonista se vierte encima y posteriormente rompe violentamente, y unas butacas de cine que sirven de distracción y podio. Al contratenor le obliga a retorcerse, forzar su gestualidad y moverse frecuentemente de forma espasmódica por el escenario, nada de lo cual afecta a su timbre ni entonación. Sin embargo en cierto punto preferimos imaginarnos al cantante postrado junto al piano, elegantemente ataviado y en actitud típicamente liederística para disfrutar mejor del potencial dramático y poético de tan solemne música. Sinceramente nos sobró tanto aspaviento estridente y esfuerzo por hacer evidente lo que la poesía y la música sugieren. De poco sirvió ofrecer los textos impresos cuando en la sala se hizo la oscuridad más absoluta a favor del fuerte expresionismo conceptual de la función. No hacen falta textos precisos para disfrutar de tan excelsa música, pero sí cuando se propone un trabajo dramático que distrae del objetivo principal y obliga a seguir una línea argumental. Entre tanta oscuridad incluso seguir el orden de los lieder se convirtió en una quimera.
Versión musical impecable
Nada que reprochar y mucho que elogiar sin embargo al trabajo excepcional de los músicos, un Xavier Sabata al que no veíamos en Sevilla desde aquel mítico concierto junto a la Barroca justo enfrente en la Anunciación, y que esta temporada tendremos ocasión de disfrutar en otras dos ocasiones. Su torrente de expresividad casó bien con una línea de canto precisa y segura, sin que nada perturbara su fluido fraseo y poderoso legato. Es cierto que identificamos más esta música con la voz de barítono, con Hotter y Fischer-Dieskau como legendarios embajadores, y que también ha dado buenos resultados con soprano, caso de Lotte Lehman, o tenor, como sucedió con Peter Pears o recientemente con un Jonas Kaufman ligeramente abaritonado. Pero no podemos obviar los buenos resultados, especialmente en materia expresiva, que ofreció hace unos años el registro de la contralto Nathalie Stutzmann, y en esa tesitura podríamos situar a Sabata, que hizo un trabajo canoro y dramático muy acertado, a pesar de los muchos compromisos en los que lo sumió la dirección de Villalobos.
Contenido en Gute Nacht, agitado en el impresionante Erstarrung (Convertido en hielo), nostálgico en Der Lindembaum (El tilo), o excitado en Täuschung (Espejismo), Sabata asumió el compromiso de mantener a flote la carga emocional y sentimental del trabajo de Schubert, frente a la explícita miseria con la que Villalobos quiso mostrar este viaje existencial por el alma humana, un recorrido por la soledad, la muerte y la enfermedad mental inspirado por la vida insatisfecha de un joven compositor al que solo el arte era capaz de consolar. Por su parte, el pianista Francisco Poyato hizo una lectura firme y delicada de cada página, adaptándose como un guante al canto y ofreciendo el contrapunto perfecto a la voz cuando así lo demandaba la partitura. Un trabajo esmerado y enérgico que para nada pasó desapercibido y contribuyó de manera decisiva al éxito musical de la empresa, protagonizando incluso uno de los momentos más originales y atrevidos de la velada, cuando entonó con voz autoritaria y bien entonada las primeras líneas de Die Post (El correo), y posteriormente silbó alguna de sus estrofas instrumentales. Cuando al final la desolación más absoluta se hizo presente con Die Nebensonnen (Los falsos soles) y Der Leiermann (El organillero), gracias al excelente trabajo de Sabata y Poyato, el humo, la oscuridad y el atrezzo se borró de nuestros ojos y solo quedó música excelsa ante nuestros oídos.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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