No es éste un espacio para valorar una vez más la forma de hacer y de cantar del veterano conjunto hispalense, sino para sumarse a las cientos de voces que celebran su cumpleaños, los logros obtenidos en este cuarto de siglo de vida, la influencia que han ejercido en otros artistas y grupos locales, y la importancia que han adquirido en la vida cultural de una ciudad que lleva mucho tiempo abriéndose con nota alta a la excelencia de la interpretación musical en todos los terrenos. Ya se advirtió en San Luis de los Franceses el pasado mes de marzo, Artefactum cumple veinticinco años y el Espacio Turina, que tantas veces los ha acogido, se convirtió en escenario ideal y precisa sala de fiestas para que lo celebráramos.
Sus miembros fundadores fueron los primeros en dar la cara. Gil, Vaquero y Garrido hicieron primero de anfitriones, para dar paso después de sus otros tres colegas, quizás no tan veteranos pero tan apegados al conjunto desde hace tanto tiempo que son piel indisociable de su cuerpo. Barea, Carazo y Soriano se unieron de inmediato, nada más arrancar los tres primeros con una alegre y desenfadada danza del siglo XIII. Cantigas de Alfonsox (una acepción que sirvió para hacernos reír de la mano del impagable José Manuel Vaquero y su particular sentido del humor), Códice de las Huelgas, Carmina Burana y más danzas, así como unas muy llamativas y espectaculares piezas que parecían llamar a la batalla, se sucedieron en este particular homenaje al vino, una invitación al alcohol mucho más inocente y saludable de lo que pudiera parecer, y que ya fue objeto de su álbum de debut, ese De la taberna a la corte que grabaron en 1997, del que pudimos escuchar piezas tan populares como In taberna quando sumus.
A una primera parte dedicada a las Cantigas, tantas veces abordadas por el grupo en ese estilo suyo tan particular y heterodoxo, que nos recordaron a su disco En el Scriptorium de 2007, a través de piezas como Virgen Santa Maria, siguieron canciones de taberna, contrafacta y otras piezas de música trovadoresca tan del gusto de un público entregado y fiel, que llenó por completo la sala y disfrutó con su jubilosa interpretación, su magisterio instrumental, el gusto por la armonía vocal y el humor permanente que les caracteriza.
Veinticinco años todavía son juventud, pero en el caso de un grupo que se dedica a algo tan sensible y delicado como la música medieval, es un signo de madurez absoluta, veteranía y logro sin paliativos que hay que celebrar, admirar y promocionar por todo lo que supone para la salud cultural de una ciudad en la que han proliferado tantos y tan felices artistas a su sombra y la de otros conjuntos de la misma época. Signo de su generosidad, el grupo aprovechó para agradecer a presentes y ausentes que tanto han hecho por su éxito, como Elena Gil o Vicente Gavira, e incluso esa crítica que ellos gentilmente llaman especializada, que a menudo ha ensalzado sus logros aunque también les haya brindado algún que otro varapalo.
Vicente Gavira, antiguo integrante del conjunto, en el centro |
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