Dirección Paco Cabezas Guion José Rodríguez, Carmen Jiménez y Paco Cabezas Fotografía Pau Esteve Birba Música Zeltia Montes Intérpretes Mario Casas, Natalia de Molina, Ruth Díaz, Carlos Bardem, Vicente Romero, Mona Martínez, Salva Reina, Moreno Borja, Consuelo Trujillo, Sebastián Haro, Pablo Gómez-Pando, Alicia Moruno, Mauricio Morales Estreno en el Festival de San Sebastián 26 septiembre 2019; en el Festival de Sevilla 16 noviembre 2019; en salas comerciales 22 noviembre 2019
Después de labrarse cierta reputación en Estados Unidos con series como Penny Dreadful o El alienista, a pesar de sus poco sutiles incursiones en el drama de intriga y acción con películas como Carne de neón, Tokarev (con Nicolas Cage) o Mr. Right (con Sam Rockwell y Anna Kendrick), Paco Cabezas ha vuelto a su Sevilla natal para intentar crear escuela con un thriller dramático ambientado en las Tres Mil Viviendas. El resultado es un disparate absoluto, un despropósito que convierte el problemático barrio de la capital andaluza en poco menos que un campo de batalla, un peligro constante y una ciudad en ruinas donde campan a sus anchas policías muy corruptos y malvados hasta el extremo, y narcotraficantes nada escrupulosos, en medio un sinfín de asesinatos y ajustes de cuentas, sin mesura ni justificación.
Se supone que ha de conmovernos en su parte sentimental, la terrible pérdida de una hija de corta edad a manos de unos criminales, pero apenas logra despertar nuestra complicidad, a pesar de lo mucho que en ello se involucran Mario Casas y Natalia de Molina, los sufridos progenitores. Podríamos permitirle las numerosas licencias que se permite por el hecho de ser una ficción, pero recordemos que se ambienta en una zona muy sensible de la ciudad, que merece un respeto y una consideración especial por encima de supuestas convenciones de género y ficción. Hay muchas problemáticas en ese barrio, de toda índole, especialmente sociales, y no se puede reducir a un poblado del oeste sin ley ni orden. Es más, se puede atravesar de cabo a rabo en bicicleta por su carril bici, que lo tiene, y no pasa nada; yo mismo lo he hecho muchas veces. No es justo faltarle así al respeto y pasarse por el forro todo lo que trabajadores y trabajadoras sociales hacen diariamente por mejorar sus condiciones de vida.
El desconcierto es mayor cuando por motivos estrictamente cinematográficos, desde la azotea de la casa en las Tres Mil en la que viven sus protagonistas se puede ver a pocos metros San Bernardo y la Catedral no mucho más allá, desubicando el barrio de la periferia más absoluta a las proximidades de una ciudad que suele brillar por su belleza. Todo un despropósito que se suma a muchos más, como el hecho de que casi todo transcurra en la incómoda noche, que da al conjunto una insufrible oscuridad, o que los diálogos resulten tan difíciles de entender, y no precisamente los de quien era más previsible, Mario Casas, sino los de otros y otras que no tienen que impostar el acento, como Ruth Díaz, a quien es imposible entender una palabra. Tiros y tiros, mucho tópico, quejío aflamencado y muchísima miseria y cochambre caracterizan a una cinta que sobre el papel podría haber dado mejores resultados, pero que únicamente cabe definir como algo horroroso.
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