Dirección Rodrigo Sorogoyen Guion Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña Fotografía Álex de Pablo Música Olivier Arson Intérpretes Marta Nieto, Jules Porier, Álex Brendemühl, Anne Consigny, Frédéric Pierrot, Raúl Prieto, Álvaro Balas, Blanca Apiláñez Estreno en el Festival de Venecia 30 agosto 2019; en el Festival de Sevilla 8 noviembre 2019; en salas comerciales 15 noviembre 2019
Además de por estrenar la que es sin duda su mejor película hasta la fecha, El reino, el pasado año fue especialmente brillante para Rodrigo Sorogoyen por la nominación al Oscar que recibió su cortometraje Madre, la angustiosa crónica de la conversación telefónica entre una madre y su hijo de solo seis años perdido en una playa a cientos de kilómetros de ella, en Francia. Su terrible desenlace abierto nos dejó con ganas de saber algo más de las circunstancias en las que se perdió y, sobre todo, qué fue de él y de su madre cuando salió de urgencia en su busca. Pensábamos que eso era lo que había movido al realizador a convertir el corto en largometraje y contarnos qué ocurrió diez años después de aquella tragedia. Sin embargo sigue sin arrojar apenas luz sobre el drama y en su lugar se inclina por intentar hacer un análisis psicológico de esta mujer destruida, de esta muerta en vida que ha decidido asentarse en el lugar donde perdió al hijo.
La idea es trazar una semblanza del instinto maternal, sin embargo el devenir de los acontecimientos irán más bien diseñando el sempiterno trastorno, en este caso de tintes considerablemente masoquistas, con el que el machismo ha identificado frecuentemente a la mujer. Marta Nieto interpreta, eso sí magistralmente, a esta mujer enterrada en vida, un fantasma que recorre absorta una y otra vez durante diez años la playa donde perdió a su hijo. Menos mal que en el empeño ha tenido suficiente juicio para encontrar un trabajo digno así como un amor bueno y verdadero que podría abrirle un horizonte más amable de la vida. Pero el encuentro fortuito con un joven volverá a provocarle el trastorno con el que Sorogoyen pretende definir su malogrado instinto maternal.
Como si Jill Claybrugh en La luna de Bertolucci, se entrega a un juego de atracción y seducción con este joven de dieciséis años en el que pretende ver a su hijo, algo así como aquel incesto bertolucciano pero sin prueba de maternidad. Afortunadamente todo este disparate lo rueda con elegancia y un perfecto dominio de los recursos, logrando incluso que sus dos horas largas resulten entretenidas, teniendo en cuenta por supuesto que los diez primeros minutos corresponden al cortometraje íntegro, de largo lo mejor y más impactante de una función que al final no ha colmado nuestra curiosidad ni tampoco conmovernos más allá de la indignación que provoca que una vez más se confundan sentimientos con taras en una visión que se pretende reveladora y no es sino extensión de un machismo marcado a fuego.
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