La Casa de los Pianistas, viernes 22 de noviembre de 2019
Nos encanta La Casa de los Pianistas, y no solo por la calidad de sus propuestas musicales y el trabajo de divulgación y educación que realiza, además de la experiencia compartida e intimista que ofrece su limitado aforo. Nos encanta también su variedad de propuestas diferentes y originales, al margen de los grandes espacios multitudinarios dedicados también a la cultura. Tras los variopintos espectáculos ofrecidos en junio por el pianista Andrés Martínez y las pinturas de María Merino, o el particular cabaret que desplegaron Cristina Salvador y Daahoud Salim el mes siguiente, por citar solo algunos, el espacio celebró el Día de Santa Cecilia, patrona de la Música, de la mano de la profesora, pianista y conferenciante madrileña Irene de Juan, quien nos acercó a una de esas insólitas funciones a las que poco a poco nos va acostumbrando este singular núcleo cultural, y que ella definió como algo que no es un concierto.
Irene de Juan ilustra sus interpretaciones con imágenes, generalmente cuadros, con las que traza una vinculación que le sirve para tratar de explicar la música, su significado y motivación, y a partir de ahí invita al espectador a sumergirse en ella dando pautas para su comprensión. Pero es ahí donde radica el mayor error de su propuesta, ya que predispone a su escucha en una sola dirección, así previamente fijada, que a tales efectos pareciera la única posible. Si bien es cierto que Debussy se inspira frecuentemente en pinturas y poemas, también lo es que la música, y especialmente la suya tan evocadora, abre caminos inexplorados al oyente, despertando sus sentidos e invitándole a disfrutarla de cuantas maneras le sea posible. Reconocemos el mérito de la divulgadora, su verbo fácil y su capacidad de comunicación, así como apreciamos en ella una pianista competente y equilibrada, capaz de estimular nuestros sentidos, pero no compartimos en su integridad su intención de marcar un mapa para la comprensión de unas partituras que deben disfrutarse en abstracto, desnudas.
Vínculos entre pintura y música
De Juan vinculó a Debusy al Simbolismo de Mallarmé y Verlaine, a través del preludio Des pas sur la neige (Pasos en la nieve), que nos conminó a escuchar imaginando un paisaje triste y helado y experimentando un tierno arrepentimiento. Después identificó La plus que lente con los decadentes cafés y cabarets que pintaba Toulouse Lautrec, aunque para ello tuviera que aumentar sensiblemente el ritmo de tan delicado vals. Y pasó por las tres Estampes con más sigilo que intensidad, valorando su técnica y floritura por encima de la mera evocación de paisajes tan exóticos y dispares como las pagodas asiáticas, la Alhambra de Granada o la lluvia en los jardines de París. Llegó incluso a enmarañarse en estas dos últimas con ese torbellino de notas que representan la sensualidad del sur y la caída de la lluvia.
En el último tramo recreó con acierto el misterio de los Sonidos y aromas que giran en el aire de la tarde (Les sons et les parfums tournent dans l’air du soir) según Baudelaire, con la ayuda de una lectora improvisada en un perfecto y muy musical francés. Lució técnica y precisión en el último preludio del Libro I, Minstrels, y se sumergió en las aguas tumultuosas y embravecidas de Lo que ha visto el viento del oeste (Ce qu’a vu le vent d’Ouest), con Turner como referente pictórico, para terminar en calma con un imprescindible e inevitable Claro de luna recitado con notable vuelo poético y considerable sensualidad. En el camino renunció a hacer referencia a Chopin, que tanto inspiró a Debussy en forma y fondo, escatimó sutileza en el manejo de los pedales, y no cumplió la máxima de desdibujar perfiles y contornos para ofrecer su música con suficiente morbidez y vocación ensoñadora. Derrochó, eso sí, desparpajo y entusiasmo en sus hábiles locuciones, y manejó el teclado con respeto y admiración.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
No hay comentarios:
Publicar un comentario