Dirección Ken Loach Guion Paul Laverty Fotografía Robbie Ryan Música George Fenton Intérpretes Kris Hitchen, Debbie Honeywood, Rhys Stone, Katie Proctor, Ross Brewster, Julian Ions Estreno en el Festival de Cannes 16 mayo 2019; en Reino Unido y España 31 octubre 2019
Con este nuevo título en su filmografía se confirma que si no existiera Ken Loach habría que inventarlo. Él en el Reino Unido como los Dardenne en Bélgica o, en menor medida, Bollaín y León de Aranoa en nuestro país, son quienes únicamente parecen dar voz a la cada vez más silenciosa y silenciada clase trabajadora, el proletariado al que el capitalismo feroz ha arrinconado y ninguneado hasta límites inimaginables. La pasada y reciente crisis mermó decisivamente los derechos de la gente trabajadora, esos que tanto costó forjar y tan poco aniquilar. Hoy todo son falacias e hipócritas mezquindades, disfraces de Caperucita tras los cuales se esconden feroces lobos nada dispuestos a transigir en este nuevo orden que tanto ampara a los ambiciosos y ansiosos de poder y tan poco a quienes con su granito de arena hacen posible que sobrevivamos como género. Ya lo denunciaba Costa-Gavras en la imprescindible Comportarse como adultos, que tan poco éxito al menos en nuestra ciudad ha tenido, que son los grandes poderes económicos quienes marcan las directrices que gobiernos y administraciones no se atreven a poner en tela de juicio, y que tanto daño están haciendo a la calidad de vida que se había alcanzado en tiempos de esperanza democrática.
Pero igual que la masa popular da la espalda a documentos tan imprescindibles como el que nos ofrecía de forma tan ejemplar y edificante este maestro del cine griego afincado en Francia, la misma se ha encargado de engordar ese capitalismo a ultranza que ha acabado con buena parte de la esperanza de millones de familias en todo el Mundo obligadas a sobrevivir en condiciones de casi esclavitud, como la que describe Loach en este doloroso drama. El amor, la ternura y el cariño más incondicional se convierte en esta hermosa crónica en único eje alrededor del cual los cuatro integrantes de una familia británica de barrio proletario, magníficamente interpretados, pueden mantener cierta esperanza en un futuro más amable. Es precisamente el Reino Unido un país donde, Brexit mediante, con mayor voracidad se está implantando un sistema agresivo y aniquilador en el que impera la ley del más fuerte, a imagen y semejanza de su eterno modelo, Estados Unidos, arrastrando todavía los horrores de la era Thatcher. Y es ahí donde un padre de familia se sumerge ingenuamente en la aventura del autoempleo mediante falsas franquicias que acaban por convertirse en la cárcel de tantos desprevenidos.
En esa vorágine acabarán sumergiéndose su esposa y dos hijos, especialmente un adolescente cuyo comportamiento será parte importante del abundante material dramático de la función, y cuyos giros de actitud acaban por erigirse en lo más discutible del conjunto. Personas obligadas a estar disponibles veinticuatro horas, a merced incluso de quienes un día lucharon por sindicatos justos y libres y hoy quizás una limitación física les obliga a echar mano también de un sistema laboral abusivo. Nos reencontramos así con ese director comprometido y necesario, un milagro a su edad, que no desfallece en denunciar la decadencia de un sistema en el que cada uno y una debería tener más voz del que finalmente se le ha reservado, frente a un sistema cuya gestación es fruto también de esa ambición desmedida incluso en el pueblo, que ha convertido los lujosos centros comerciales en las nuevas catedrales, relegando museos, teatros, auditorios y bibliotecas a un lugar marginal que ve con impotencia cómo el estudio de los grandes genios y filósofos cae cada vez en el más profundo de los olvidos, y con ello en la desesperanza y la vía abierta a la especulación del alma y los sentimientos que practican quienes aún no se han percatado de que nuestra existencia tiene irremediablemente fecha de caducidad.
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