Francia 2019 137 min.
Guion y dirección Bruno Dumont, según la obra de Charles Peguy Fotografía David Chambille Música Christophe Intérpretes Lisa Leplat Prudhomme, Annick Lavieville, Justine Herbez, Benoît Robail, Alain Desjacques, Serge Holvoet, Julien Hanier, Christophe, Fabrice Luchini Estreno en el Festival de Cannes 18 mayo 2019; en Francia 11 septiembre 2019; en el Festival de Sevilla 14 noviembre 2019
Francia tiene siempre su enfant terrible, y últimamente nadie mejor que Bruno Dumont parece merecer ese título. Desde 2006, cuando estrenó Flandres, un drama romántico y bélico que consiguió el Gran Premio del Jurado en Cannes, no ha hecho sino aumentar esa sensación de realizador caprichoso que se enfrenta a sus proyectos con una visión muy particular de la estética y la provocación. En el Festival de Sevilla lo hemos podido comprobar con Camille Claudel 1915, protagonizada por Juliette Binoche, y con la insufrible Ma Loute (La alta sociedad), que se llevó el Giraldillo de Oro contra pronóstico. Hace un par de años se enfrentó a la figura de Juana de Arco en clave de seudomusical en Jeannette, que aquí se tituló La infancia de Juana de Arco. Entonces contó con la jovencísima Lisa Lesplat en el rol principal, y otra joven al final a edad más madura. Ahora vuelve a ser Lesplat quien con solo doce años da vida a la heroína y santa francesa, aunque sigue aparentando ante la hoguera menos edad que quien le incorporó de mayor en la anterior entrega. Se trata de llevar al cine un díptico teatral de Charles Peguy, y el resultado de la segunda parte es este esperpéntico fresco histórico que parece rodado por aficionados. Antes la figura de Juana había sido objeto de películas de Dreyer, Victor Fleming con una Ingrid Bergman superados los treinta, o más recientemente Luc Besson. Solo Lelee Sobieski en una producción televisiva con dieciséis años parece reflejar mejor la apariencia más acorde de la protagonista. Lesplat solo contaba doce años cuando rodó esta improbable Juana de Arco parlanchina y redicha a la que dan réplica una serie de insufribles personajes en playas, campos, bunkers de la guerra y la Catedral de Aimes. Una producción ciertamente baratita en la que los interminables parlamentos se combinan con anacrónicas canciones de Christophe, mientras entre todos los despropósitos posibles aparece también una exhibición ecuestre digna de Jerez de la Frontera. A estas alturas sorprende que todavía estas historias eclesiásticas sigan mereciendo tanta atención, aunque sea para criticar la institución.
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