Imagen de la primera jornada |
Con esta segunda entrega de la integral de los conciertos para piano de Beethoven nos ha quedado definitivamente claro el talento y el mérito de Lise de la Salle como pianista comprometida y entregada, y de Christoph Poppen como buen entendedor de la literatura beethoveniana y magnífico gestor de la fuerza que es capaz de exhibir nuestra orquesta cuando se encuentra en las mejores condiciones posibles. Reunir en una misma velada los dos conciertos que constituyen cima del sinfonismo pianístico, y que para tantos y tantas han sido desde la infancia referentes de belleza absoluta y gozo universal, es ya de por sí una inmensa alegría. Hacerlo además en tan buenas condiciones, un deleite para todos los sentidos.
Ofrecer así, de seguido, los cinco conciertos de Beethoven ha servido además para dibujar esa línea progresiva que va del clasicismo de los dos primeros al pletórico y robusto romanticismo de los dos últimos, con el testigo inquebrantable del tercero ejerciendo de bisagra. De la Salle y Poppen fueron capaces de delinear con tal pulcritud y perseverancia ese proceso de desarrollo, que lograron llevar este ejercicio a sus últimas consecuencias y sumar a su excelente interpretación un carácter didáctico de insuperable valor y belleza. La sinceridad y la naturalidad se impusieron de nuevo en el trabajo de la pianista, que sin partitura logró recrearse libremente y sin apenas sujeción formal en los exuberantes acordes del allegro moderato del Concierto nº 4. Con ella todo pareció fácil y sencillo, a pesar de la enorme complejidad de la página; nada improvisado y sin embargo tan vitalista que pareciera fluir libremente. Así hasta desembocar con maestría en unas cadencias vertiginosas y monumentales. En el andante con moto Poppen arropó con elegancia y apropiado sentido dramático a la delicada pianista, mientras ella se deslizó por el teclado aprovechando sus elocuentes silencios y aires misteriosos con austera gravedad. El rondó vivace se resolvió como el resto, con vehemencia y una integración entre orquesta y solista verdaderamente asombrosa, pero sin que ella perdiera en ningún momento su rol aparte y dominante. De esta forma todo acabó siendo intenso y desgarrador, alternando con total clarividencia violencia y dulzura a partes iguales.
El allegro inicial del Emperador resultó para Lise de la Salle el vehículo perfecto para deslumbrar con sus agilidades y su dominio técnico, desarrollando sus vertiginosos acordes y aparentes improvisaciones con una vitalidad extrema. La orquesta respondió con una auténtica explosión heroica y fogosa, mientras ella supo defender su carácter jubiloso con ahínco y apasionamiento. La ausencia de partitura pasó factura, aunque no cara, al hermosísimo adagio central, una de las páginas más inspiradas a nivel melódico del autor, al menos a nuestro juicio. Aquí se adelantó un poco al arranque, se perdieron algunos acordes y surgieron otros de la nada, aunque apenas influyó en el acabado formal y expresivo, henchido de sincera emoción. El allegro final fue vitalista y brillante a todos los efectos, con orquesta y solista fundidos en la pasión, el ritmo y el triunfo, como el que cosecharon todos los intervinientes en este reto superado, en esta memorable recreación de los conciertos para piano de Beethoven, ofrecidos de corrido, sin pausa pero sin fatiga. Merece destacarse que para lograr esta magia y esta emoción resulta imprescindible el magnífico comportamiento observado por el público en al menos las dos de la cuatro exhaustivas jornadas a las que nosotros asistimos.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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