Tras un mes entero dedicado a la Bienal que ayer mismo puso fin en los recuperados hangares del puerto de Sevilla, y con el primer concierto de temporada de la Sinfónica como anticipo, el Teatro de la Maestranza por fin inauguró su nueva temporada de manera oficial con un espectáculo dedicado a glosar la figura, el arte y el talento de Alicia Alonso. Un evento concebido muy poco después de que la homenajeada falleciera en octubre de 2019, pero que la pandemia malogró hasta que por fin anoche fue recuperado con lleno prácticamente absoluto del coliseo sevillano.
La danza del siglo XX no se entiende sin la aportación fundamental de esta diva, y mucho menos la historia del prestigioso Ballet Nacional de Cuba, derivado del Ballet de Cuba que ella mismo fundó a partir de su propia compañía de danza, después de una exitosa carrera en teatros de todo el mundo y muy especialmente norteamericanos. Una producción sencilla y eficaz para recorrer su vida artística, apoyada en titulares muy precisos que ayudaron a comprender la importancia de cada número coreográfico elegido y su participación en la evolución artística de esta mítica bailarina. La iluminación también eficaz, sin grandes alardes ni pretensiones, encaminada tan solo a potenciar el relieve y la claridad de los pasos de baile y no enturbiar los fondos digitales que recreaban los distintos espacios dedicados a cada uno de los títulos exhibidos, así como un vestuario dentro absolutamente del protocolo y la costumbre, clásico y tradicional. Todo eso contribuyó a generar un espectáculo solemne y agradecido, quizás algo falto de la pompa que este tipo de encuentros merece y desde luego harto previsible y por momentos incluso monótono. Pero lo más destacado fue la presencia de ocho grandes figuras sobre el escenario. Esto es lo que hizo del espectáculo uno irrepetible y singular, contar con tantas primeras y primeros bailarines deleitando con sus mejores recursos al numeroso público ávido de danza que honró a la mítica figura.
Echamos en falta sin embargo para redondear la propuesta la participación de la orquesta en el foso. Hubiera sido una ocasión única para que nuestra versátil Sinfónica nos hubiese regalado una selección tan magnífica de los más celebrados ballets clásicos, y desde luego su participación hubiera arropado mejor a los y las bailarinas, además de creado una atmósfera más acorde al propósito perseguido. Por descontado que esto hubiese exigido no ya un mayor coste de producción sino un aumento de jornadas de ensayo, pero nos hubiera evitado el distinto color de las grabaciones escogidas, algunas paupérrimas seguramente debido a la escasez de las que existen cuando, por ejemplo, de un La fille mal gardée del alemán Peter Ludwig Hertel se trata.
La herencia de Alonso: Ocho ases sobre el escenario
Concebido como un acto de amor y respeto por quien fue su última pareja artística, Orlando Salgado, ex primer bailarín del ballet Nacional de Cuba, la gran baza del homenaje estuvo en la calidad técnica y expresiva de sus ocho protagonistas, que en parejas fueron recreando las coreografías y los pasos seguidos por la genial danzante. Cuatro primeros bailarines y bailarinas del más prestigioso conjunto de danza latinoamericano, y otras cuatro grandes figuras internacionales invitadas al efecto, hicieron las delicias de un público que tuvo oportunidad de reencontrarse con los grandes puntales del género. La delicadeza y fragilidad de Anett Delgado se encontró con la fuerza hercúlea de Dani Hernández en un emocionante paso a dos según las notas del apasionado adagio de Khachaturian para Espartaco. Tras este sensacional arranque las raíces de Alonso (sus padres eran españoles) se dejaron entrever en la particular versión de Carmen que para ella coreografió su cuñado Alberto Alonso, con la música de Bizet convenientemente adaptada para la ocasión. Quizás hubiera sido preferible una mayor dosis de soberbia y erotismo en la recreación de Sadaise Arencibia, mientras Ányelo Montero rubricó su participación con una extraña pero fascinante mezcla de danza clásica y contemporánea que nos transportó a los años en que Alonso aprendió en Nueva York de la mano de Agnes de Mille ballet y teatro musical.
Los cisnes de Chaikovski aparecieron varias veces, siempre en paso a dos o en solitario, con el número que ideó otro de sus maestros en el American Ballet Theatre, Michael Fokine, La muerte del cisne, que aunque basada en El cisne del Carnaval de los animales de Saint-Saëns, tuvo relación directa con el drama del compositor ruso, y donde Arencibia exhibió unos elegantes y sofisticados movimientos de brazos. Elizabeth Formento convenció como cisne blanco (Odette) en el adagio del segundo acto según Lev Ivanov, con la complicidad de un atlético Tomás Giugovaz, y como cisne negro (Odile) en versión Petipa tamizada por la propia Alonso al final de la velada y con el mismo parteneire, antes de que al ritmo de la música de Chaikovski todos y todas las artistas hicieran un último y sentido saludo bajo la mirada atenta y maternal de una Alicia Alonso bajo una sentimental lluvia de pétalos de rosa. Antes, los aires pastorales de esa Joven mal cuidada que tanta fama dio a la hispanocubana se dejaron disfrutar de la mano de unos joviales y muy expresivos Delgado y Hernández, hasta que la pasión roja española se exhibió de nuevo con Don Quijote de Minkus, con unos enérgicos Eva Nazareth y Javier Monier generando figuras a menudo imposibles.
Giselle y La bella durmiente abrieron la segunda parte. Dos ballets muy significativos para la homenajeada, ya que con su sustitución de Alicia Markova en el título de Adam logró su pasaporte a la fama en 1943, mientras el cuento musicalizado por Chaikovski le permitió bailar con solo once años un espléndido vals en el Antiguo Auditorio de La Habana. De nuevo Delgado y Hernández rubricaron una actuación llena de finura y elegancia en el primer título, y Arencibia y Montero otra más enérgica y apasionada en La bella durmiente, proeza que repitieron Nazareth y Monier en una espléndida y acrobática Coppelia de Delibes. Todo un despliegue de talento y creatividad en un espectáculo en el que quizás echamos también en falta algunos apuntes biográficos que contribuyeran aún más a comprender la importancia de Alonso en el arte del siglo XX en general.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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