Dirección Richard Stanley Guion Scarlett Amaris y Richard Stanley, según el relato de H.P. Lovecraft “The Colour Out of Space” Fotografía Steve Annis Música Colin Stetson Intérpretes Nicolas Cage, Joely Richardson, Madeleine Arthur, Elliot Knight, Brendan Meyer, Julian Hilliard, Tommy Chong, Josh C. Waller, Q’orianka Kilcher Estreno en el Festival de Toronto 7 septiembre 2019; en Estados Unidos 24 enero 2020; en España 7 agosto 2020
Hoy que todo tendemos a relacionarlo con el extraño fenómeno viral que estamos padeciendo, un film como éste parece arrojar también alguna luz sobre el influjo que el universo en el que habitamos pueda ejercer sobre nuestro planeta, y especialmente la capacidad que tiene la propia naturaleza para defenderse y corregir los malos hábitos humanos. Ecología y apocalipsis se daban la mano ya en un relato del genio del terror y la ciencia ficción H.P. Lovecraft, publicado en 1927 y que sirve ahora al director sudafricano Richard Stanley para erigir una de las propuestas más aparentemente disparatadas y psicodélicas de los últimos años. Todo un homenaje al cine de los ochenta que firma alguien en activo precisamente desde aquella época, aunque su vocación documentalista y su marginación en ficciones de serie B (Hardware, programado para matar, El demonio del desierto) lo han hecho poco conocido para el público en general.
Un ingeniero de aguas realiza un estudio en una zona en la que ha impactado una especie de meteorito que exhala un color inidentificable, causando la devastación particularmente en una granja y la familia que la habita. Esta es la base argumental de un film que bebe directamente del estilo visual y narrativo de los ochenta, con películas como La cosa y Poltergeist en el imaginario, y el terror hacia lo desconocido como fundamento. Este relato de Lovecraft fue llevado antes al cine, en 2010 con la película alemana Die Farbe, pero es hora cuando parece acomodarse mejor al estilo del escritor estadounidense.
Sorprende sin embargo que la mayor parte del equipo técnico de la película sea portugués, una condición posiblemente impuesta al productor Josh C. Waller, que en el film interpreta al sheriff, para asumir la coproducción y contar así con recursos más holgados. Nicolas Cage da rienda suelta a su tendencia a la sobreactuación y el exceso de gestualidad en la segunda mitad del film, justificado, mientras se muestra más comedido en una primera en la que debe afrontar el papel de padre de familia entregado y responsable, tan alejado de los papeles de justiciero a los que nos tiene acostumbrados. El resultado es un film inquietante y entretenido, que propone algunas cuestiones interesantes y roza la fascinación con ese toque eminentemente ochentero que le sirve de coartada.
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