Ciclo de Otoño de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Michel Plasson, director. Programa: Pélleas et Mélisande, Op. 80 (Suite), de Fauré; Sinfonía en Re mayor, de Gounod; Ma mère l’Oye, de Ravel. Teatro de la Maestranza, jueves 24 de septiembre de 2020
Terminó el ciclo de precalentamiento de la Sinfónica y comenzó por fin la temporada de conciertos, en esta ocasión dividida en dos ciclos, el que se celebrará en otoño con todas las medidas de seguridad posibles, y el que tendrá lugar a partir de enero, previsiblemente con las medidas relajadas, para celebrar el treinta aniversario de la orquesta. Ayer por lo tanto fue tarde de reencuentros entre la afición, ésta con la orquesta y con el personal del Maestranza, día enrarecido por esa indescriptible tristeza que lo inunda todo, pero con la ilusión y la esperanza de que nada impida el normal desarrollo de eso que tanto nos gusta y complace, la buena música en directo. Y así fue sin duda la que nos brindó el veterano Michel Plasson en su enésima comparecencia ante la orquesta hispalense, entre programas de abono y óperas. Sorprende sin embargo que optara para la ocasión por el mismo programa con el que celebró entre nosotros su ochenta cumpleaños, allá por octubre de 2013, aunque entonces añadió Juego de niños de Bizet. En apenas una semana la ROSS ha repetido programa dos veces, la pasada con las Cuatro Estaciones de Vivaldi y Piazzola bajo la dirección de Éric Crambes y ahora con esta selección francesa a cargo de un especialista entrañable.
Un
repertorio muy apreciado
También la Sinfonía
de Gounod podemos considerarla música incidental, por cuanto sirvió para un
ballet que se representó en la Ópera de París pocos años después de su
composición en 1855. Tras atacarla con sentido
del ritmo y considerable brío y energía, atento también a cada detalle y
destacando cada plano sonoro, a todo lo cual la orquesta se plegó en grado muy
satisfactorio, como rindiendo merecida pleitesía a un director que tan bien
parece comprenderles y con quien han compartido páginas brillantes de su
historia, Plasson ofreció una versión
preciosista y encantadora de Mi madre la
oca, prodigio de orquestación del propio Ravel, de la que siempre se
interpreta su suite, despreciando el ballet completo que el
autor articuló unos años después, añadiendo un preludio, una escena y varios
interludios, además de modificar el orden de las escenas restantes. Una pieza
que apenas dobla la suite de solo quince minutos de duración, y que aumenta la
capacidad de fascinación de una pieza ya de por sí bastante evocadora. Plasson,
sin partitura en todo momento y con las ideas muy claras, además de una proverbial capacidad de resistencia,
imprimió magia y misterio en la Pavana de
la Bella Durmiente, una atmósfera pastoril y delicada en Pulgarcito, sentimiento amoroso en el Diálogo de la Bella y la Bestia, seducción
y viveza en La emperatriz de las pagodas,
y emoción deslumbrante en El jardín
mágico final. Su amabilidad en los
gestos finales, ampliamente respondido por un público admirado y
agradecido, presagiaron una temporada tranquila y segura; en nuestras manos
queda.
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