Hacía mucho tiempo que el Maestranza había abandonado la sana costumbre de invitar orquestas de otros lares a su escenario. Las progresivas crisis económicas fueron abaratando costes y sacrificando ciclos. En los años anteriores a estas circunstancias se venía haciendo lo que se llamaba un intercambio entre orquestas, de forma que cada temporada se invitaba a una orquesta española mientras se cedía la nuestra a su sede; pero también fue ésta una idea, junto a las tan necesarias giras de la Sinfónica, que se abandonó. Han pasado muchos años y al olvido aquellas felices temporadas en las que prestigiosas formaciones de todo el Mundo recalaban en nuestro teatro. Habíamos perdido la esperanza de recuperar tan conveniente costumbre, al menos de momento, cuando la presentación de esta temporada nos devolvió la esperanza y la ilusión. Por aquí desfilarán conjuntos como MusicAeterna, Collegium 1794, la Orquesta Barroca Zéfiro o, como glorioso broche final, la mítica Filarmónica de Viena, además de batutas de relumbrón como las de Vassily Petrenko, Teodor Currentzis, Andrea Marcon, Alfredo Bernardini o Lorenzo Viotti.
Este ciclo Gran Selección nos trajo ayer a la Mahler Chamber Orchestra, una formación que en sus primeros años de andadura, cuando se denominaba Orquesta Joven Gustav Mahler, ya tocó en Sevilla bajo la dirección de su creador, el llorado Claudio Abbado. Ahora está de gira por España, el sábado en L’Auditori de Barcelona y hoy en el recién rehabilitado Palau de la Musica Valenciana, ayer en Sevilla. Su actual asesor artístico, Daniele Gatti, que tras su paso como director titular en orquestas como la Royal Philharmonic o la Royal Concertgebouw, afrontará en breve el cargo en la Staatskapelle de Dresden. Un currículo envidiable que da la talla de su talento y su valía, tal como demostró ayer en un programa en el que el clasicismo de Haydn se dio la mano con el neoclasicismo de Prokófiev y Stravinski. Así tuvimos por fin la oportunidad de escuchar de nuevo música sinfónica con un sonido distinto al que nos tiene acostumbrados la ROSS. Y es que es en el sonido donde se define e identifica una orquesta, más allá de la estética que en cada momento le imprima la batuta en cuestión.
Ese particular sonido, que en el caso de la Mahler Chamber es rotundo y sólido, se tradujo en el caso de la Sinfonía Clásica de Prokófiev en una energía desbordante y una fuerza arrolladora que Gatti se encargó de modular con fuertes contrastes y dinámicas muy precisas, logrando en general una versión muy a la rusa de la célebre y popular página. Su ardiente allegro inicial encontró el contrapunto perfecto en un delicado larghetto con delicados tintes cargados de sensualidad. La gavota evidenció en su rotunda solemnidad ese estilo eminentemente ruso con el que quiso dotar Gatti a la interpretación, mientras el efervescente final resultó un dechado de exultante alegría, siempre desde la robustez y la solidez que supieron dotarle los y las muy comprometidas miembros de la orquesta. Nada mejor para una orquesta de cámara que enfrentarse a una pieza como la Sinfonía Concertante de Haydn, donde un conjunto de cámara se enfrenta y se deja apoyar por el tutti orquestal. Aquí, los solistas demostraron un sobrado dominio técnico y expresivo, especialmente la versatilidad del violinista Matthew Truscott, cuya especialización en el barroco quizás fuera responsable de que la orquesta tocara tan en estilo, reduciendo al máximo el vibrato pero sin la sequedad con la que muchas veces se confunde ese período. También Mizuho Yoshii-Smith al oboe demostró una flexibilidad y un dominio del fraseo extraordinario, que junto al violonchelo de Frabk-Michael Guthmann y el fagot de Guilhaume Santana, lograron una excepcional, vivaz y llena de entusiasmo recreación de esta jovial página.
Una más que compleja y arrebatada interpretación de la Sinfonía en Do mayor de Stravinski, no tan a la altura de su Sinfonía de los Salmos, pero tan apropiada para este singular programa, rubricó este reencuentro con el sonido diferente y personal de una orquesta sinfónica que no sea la nuestra propia. Gatti en este caso reforzó las líneas angulares y las expresiones cortantes de una partitura que viaja a sentimientos muy dispares y contrastados, alcanzando cotas de agitación inusitada en la magistral cuerda, momentos de inusitada belleza en los movimientos centrales, y prestaciones brillantes en los metales, sobre todo unas trompas dominadas exclusivamente por intérpretes españoles, que también destacaron en las maderas y los violonchelos. Mención especial al delicadísimo y no por ello menos acentuado trabajo del timbalista Martin Piechotta, dentro de un conjunto que destacó por su compenetración y capacidad de diálogo. El público, aunque escaso para las dimensiones del teatro, respondió con un enorme respeto y un gran entusiasmo que no se premió con la consabida propina, que no llegó.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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