No hace falta descubrir ahora la excelente arpista que es la sevillana Cristina Montes Mateo. Ya nos maravilló antes en compañía de la Bética de Cámara, de algunos de sus solistas o en este mismo recinto alcazareño hace algunas temporadas en compañía del flautista de la ROSS Vicent Morelló. El pronóstico del tiempo hizo esperar lo peor en esta ocasión, pero una vez se convirtió en falsa alarma, al menos en la capital, y el concierto pudo desplegarse con toda la magia de una espléndida noche propicia para dejarnos mecer por el incomparable arte de Montes Mateo al instrumento.
Poco importa ante la excelencia del recital si el programa estaba un poco cogido con alfileres para celebrar el bicentenario de Pauline Viardot-García. Con sus informadas locuciones la intérprete consiguió convencernos de su oportunidad, reuniendo a varios de los insignes compositores que a lo largo de su vida se convirtieron en amistades influyentes, una suerte de círculo de la que fuera gran diva y personalidad parece que indiscutible de la vida musical parisina en aquellos fructíferos años de mediados del siglo XIX. El recorrido arrancó con La Sérénade de Felix Godefroid, reconocido arpista de la época, que no es sino un trasunto del famoso lied schubertiano del mismo título (Ständchen en alemán), que Montes resolvió con amplio sentido de la delicadeza e inmejorable tacto para la melodía. De Fauré, que llegó a ser novio de una de las hijas de Viardot y alumno de la cantante, pianista y compositora, interpretó una pieza de origen académico, con la que el autor ganó un premio de fin de carrera con solo catorce años. El Impromptu Op. 86 tiene por lo tanto todos los ingredientes para lucir las habilidades técnicas y expresivas de su intérprete, y vaya si la arpista aprovechó la oportunidad, igual que en la otra pieza de Fauré, completando así su obra íntegra para el instrumento, Una castellana en su torre, con la que Montes desplegó todo un catálogo de complicados glisandos y ricas armonías.
La exhibición de elegancia, delicadeza y buen gusto tuvo su continuación con un Nocturno de Glinka, en representación del importante vínculo de la homenajeada con la cultura rusa, y el archifamoso Nocturno nº 3 de Liszt, Sueño de amor, con el que Montes parecía estar entonando las palabras en las que se inspira, Ama tanto como puedas. La inevitable faceta operística de la Viardot se cubrió con una de las hermosas piezas del ballet incluido en la ópera Orfeo y Eurídice de Gluck, que por cierto tanto uso hace del arpa. Aquí Montes se centró en el canto brillante y cristalino de la melodía, del mismo modo que logró extraer de la famosa Muerte de Isolda de la ópera de Wagner, todo el drama y la sensibilidad que la página exhuma, acierto doble si tenemos en cuenta que la transcripción es de su propia cosecha, antes de embarcarse fuera de programa y con éxito rotundo en una vorágine de complejos punteados y rasgados en el primer movimiento, un allegro spiritoso, de la Sonata que Salvador Brotons ha compuesto expresamente para ella.
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