miércoles, 15 de septiembre de 2021

WORTH La muerte tiene un precio

USA 2020 118 min.
Dirección
Sara Colangelo Guion Max Borenstein Fotografía Pepe Ávila del Pino Música Nico Muhly Intérpretes Michael Keaton, Amy Ryan, Stanley Tucci, Tate Donovan, Shunori Ramanathan, Laura Benanti, Talia Balsam, Chris Tardio, Ato Blankson-Wood Estreno en el Festival de Sundance 24 enero 2020; en Estados Unidos 27 agosto 2021; en España 10 septiembre 2021

Ha pasado más de un año desde la presentación de esta película en el Festival de Sundance hasta su estreno en salas comerciales. Alguien habrá pensado que un relato tan estremecedor, triste y compungido no tendría mucha suerte comercial si no se acercaba su estreno al vigésimo aniversario de la insoportable tragedia que le sirve de base, los atentados del 11 de septiembre de 2001. Nos encontramos sin embargo ante un film que acepta una doble valoración, bien como retrato psicológico de una tragedia de proporciones épicas, fallida como proceso parajudicial.

Sara Colangelo, que hace unos años conseguía hacer una competente revisión del film israelí La profesora de parvulario, consigue un retrato sobrio y elegante de un momento tan triste de la historia reciente, un reflejo certero del dolor, la ausencia y la incomprensión, poniendo rostro a las víctimas de esta barbarie, las que se fueron y las que lamentan su pérdida. Su tesis se centra, con la ayuda del guionista Max Borenstein, quien curiosamente solo se había ocupado hasta la fecha de films de Godzilla, en el precio estimado por cada vida perdida, una estimación que el gobierno americano encargó al prestigioso bufete de abogados de Kenneth Feinberg, especializado en indemnizaciones por desastres cuya responsabilidad es fundamentalmente administrativa. Michael Keaton ofrece de nuevo una soberbia caracterización; en él descansa la responsabilidad de convencer del cambio drástico de opinión y valoración, moral y ética, de cuanto le estuvo desbordando durante más de dos años de cálculos, entrevistas y trabajo arduo con las familias, reconocidas o no, de las víctimas. Le ayuda un excelente plantel de intérpretes dando vida a sus colaboradores y colaboradoras, especialmente una Amy Ryan de mirada inquieta y piadosa, pero también las propias víctimas, lideradas por un estupendo Stanley Tucci dispuesto a modificar los criterios de valoración de la administración. También entre estos últimos se encuentra lo peor de la función, la familia de un bombero en la que recae el episodio más melodramático y manipulador de la película. Todo en este sentido está bastante conseguido, logrando crear esa atmósfera lúgubre que demanda el guion y trasciende al espectador, dejando además muy claras las debilidades de un sistema tan anclado en la mercaduría, la ganancia comercial y la falta de recursos e instrumentos sociales que palien la desigualdad entre la ciudadanía.

Pero hay también un sistema de cálculos, que queda expuesto desde el inicio cuando como profesor universitario Feinberg explica a su alumnado el valor de la vida humana en cifras, y una lucha de intereses en un procedimiento cuyas reglas no quedan bien expuestas y apenas disfrutan de un seguimiento mínimamente interesante que esté al alcance del espectador medio. Esto lastra considerablemente las posibilidades de un film que así hubiera resultado extraordinario. Pero al menos sirve para concienciar, dejarse llevar por su atmósfera funeraria, con esa ambientación típica de las cintas de abogados, código de vestimenta incluido, y una contenida pero efectiva banda sonora de Nico Muhly ilustrando este particular calvario y proceso de concienciación que sufre su protagonista en manos de un ejemplar Michael Keaton.

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