domingo, 26 de septiembre de 2021

MAIXABEL Los muertos están vivos

España 2021 115 min.
Dirección
Icíar Bollaín Guion Icíar Bollaín e Isa Campo Fotografía Javer Agirre Erauso Música Alberto Iglesias Intérpretes Blanca Portillo, Luis Tosar, Urko Olazabal, María Cerezuela, Arantxa Aranguren, Mikel Bustamante, Bruno Sevilla, Jone Laspiur, David Blanka Estreno en el Festival de San Sebastián 18 septiembre 2021; en salas 24 septiembre 2021

Después de tres décadas sembrando un horror inexplicable, injustificable e inasumible, ETA seguía matando entrado el siglo XXI, enarbolando la misma tramposa causa de libertad y justicia que tanto engatusó a miles de militantes y simpatizantes y obtuvo de ellos una entrega total e incondicional a la barbarie y la sinrazón. Después de hacernos disfrutar con ese canto a la libertad individual y femenina que supuso La boda de Rosa, Icíar Bollaín se entrega en su décimo largometraje de ficción a diseccionar aquel horror que vivíamos en este país casi a diario desde sus propias entrañas, víctimas y verdugos enfrentados en un cara a cara difícil, duro y doloroso, pero fundamental para entender un drama de tan grandes dimensiones y unas posturas tan a priori difíciles de conciliar.

El encuentro de Maixabel Lasa, viuda de Juan María Jáuregui, asesinado por ETA en Tolosa en julio del año 2000, y dos de sus asesinos, con especial atención al periplo emocional de uno de ellos, Ibon Etxezarreta, que es quien ante nuestros ojos sufre una metamorfosis emocional y sentimental más evidente, propiciada entre otras cosas por el dolor infligido a su propia familia, es el eje sobre el que se desarrolla esta danza macabra y a la vez reconciliadora en la que consiste el nuevo servicio social de la directora madrileña, tan necesario como contundente. Es imposible no abordar desde la emoción este drama surgido de la irracionalidad y la perversidad humana, esta catástrofe propiciada por la mano del hombre, que es siempre peor y más dramática que la generada por las fuerzas de la naturaleza; una emoción que aún siendo contenida y sosegada forma parte irrenunciable de tan desgarrador trauma. A ello se prestan unos intérpretes extraordinarios encabezados por una Blanca Portillo, que tan poco se prodiga en la gran pantalla, tan convencida de la necesidad de su relato que prácticamente se transforma en el personaje real al que da vida, esa Maixabel con cameo incluido al final de la cinta, y que representa a esa gente fuerte y decidida, dispuesta no ya a perdonar, que no a entender, sino a dar esos pasos de gigante que al menos saquen a las futuras generaciones de esa muerte en vida a la que este drama desgarrador arrastró a tanta gente durante tanto tiempo.

La sinrazón empuña armas, pero también desoye, y eso también hace mucho daño y no soluciona nada. Hemos sufrido mucho en este país, y sentimos mucho alivio cuando la banda terrorista anunció el fin de sus actividades criminales en octubre de 2011, pero el camino todavía es largo y merece tanta cautela, delicadeza y discreción como la que muestra Bollaín en su película y demostraron sus protagonistas en la vida real. Aquí, como en todo, ningún capítulo se cierra y la memoria no es reconducida con aliento y dignidad si no es con el diálogo y el encuentro. Los muertos lo merecen, y su presencia entre nosotros y nosotras se hace aún más fuerte cuando esperan de nosotros una actitud serena e inteligente, porque los muertos siguen vivos, mientras los vivos sobreviven en ese elocuente ambiente frío y gris que evoca una condición emocional expectante a que sean las políticas de acercamiento y reconstrucción, que no de olvido ni perdón, las que hagan de nuevo brillar la luz.

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