Ariodante, de Händel. Andrea Marcon, dirección musical. Richard Jones, dirección escénica. Con Ekaterina Vorontsova, Jane Archibald, Christophe Dumaux, Jacquelyn Stucker, Luca Tittoto, David Portillo y Jorge Franco. Orquesta de la Comunitat Valenciana y Cor de la Generalitat Valenciana. Producción del Festival d’Aix-en-Provence, Dutch National Opera, Canadian Opera Company y Lyric Opera de Chicago. Palau de les Arts de Valencia, viernes 4 marzo 2022
Ariodante es uno de los títulos que se cayeron de cartel en la programación del Palau de Les Arts de Valencia hace un par de años como consecuencia de la pandemia, y que ahora recupera con una producción distinta, que en parte llega de la Ópera de Holanda, la misma institución que apadrina Trouble in Tahiti, una ópera de cámara que compuso Leonard Bernstein en los años cincuenta del pasado siglo. La de Händel ha sido hasta época reciente un título poco divulgado, y solo hace poco recibió el reconocimiento que merece, a pesar e contener arias tan distinguidas y reconocibles como Scherza infida o Dopo notte, atra e funesta. Ni que decir tiene que la de Bernstein se representa poquísimo, eclipsada por las más populares West Side Story y On the Town (Un día en Nueva York), debido en parte a su breve duración, lo que la hace inapropiada para completar un espectáculo medio, y quizás también por su gramática y literatura, más dura e intelectualmente más comprometida. Todo eso hace que celebremos la iniciativa de Les Arts de programar estas dos óperas que podríamos tildar de raras si no fuera porque la de Händel ha ido cobrando popularidad en los últimos años.
Andrea Marcon dirige la Orquesta de la Comunitat Valenciana |
Ariodante es uno de los títulos que se cayeron de cartel en la programación del Palau de Les Arts de Valencia hace un par de años como consecuencia de la pandemia, y que ahora recupera con una producción distinta, que en parte llega de la Ópera de Holanda, la misma institución que apadrina Trouble in Tahiti, una ópera de cámara que compuso Leonard Bernstein en los años cincuenta del pasado siglo. La de Händel ha sido hasta época reciente un título poco divulgado, y solo hace poco recibió el reconocimiento que merece, a pesar e contener arias tan distinguidas y reconocibles como Scherza infida o Dopo notte, atra e funesta. Ni que decir tiene que la de Bernstein se representa poquísimo, eclipsada por las más populares West Side Story y On the Town (Un día en Nueva York), debido en parte a su breve duración, lo que la hace inapropiada para completar un espectáculo medio, y quizás también por su gramática y literatura, más dura e intelectualmente más comprometida. Todo eso hace que celebremos la iniciativa de Les Arts de programar estas dos óperas que podríamos tildar de raras si no fuera porque la de Händel ha ido cobrando popularidad en los últimos años.
De Trouble in Tahiti se encargaron alumnos y alumnas del Centro de perfeccionamiento de la ópera valenciana, con resultados muy estimulantes gracias a la perfecta dicción y la afinada entonación de cada una y uno de los participantes en esta ligera y a la vez sesuda radiografía de la institución matrimonial en la aburguesada sociedad norteamericana de mediados del siglo pasado, cuando dejada atrás la guerra hizo mella en la población la censura política y sexual practicada desde el poder, siempre con el puritanismo como bandera. En este ámbito asistimos a la lucha de sexos entre un ejecutivo más preocupado por su vida laboral y social, incluido el inevitable asunto sexual extramatrimonial, que por su esposa, abnegada ama de casa, aburrida y carente del afecto marital prometido y pretendido. El hecho de que Bernstein estrenara treinta años después la ópera A Quiet Place (Un lugar tranquilo), en la que diseccionaba el devenir de esa misma pareja en edad ya madura, propició que los cuarenta minutos de Trouble in Tahiti se completaran en esta producción con el prólogo y el epílogo de esa segunda ópera de 1983, ilustrado con imágenes proyectadas que dan idea del futuro de la pareja y su hijo, con presencia pero sin voz.
El coro, ataviados con trajes de payaso, ejerció su labor acompañando con aires swing a la pareja y ilustrando sus traumas y complejos como si de una comedia griega se tratara, además de ejercer de operadores de cámara y facilitar que cada gesto y movimiento se viera plasmado también en la gran pantalla que funciona como fondo de un escenario presidido por una gran piscina y un sinfín de utillaje doméstico que funciona como metáfora de ese bienestar social al que nos abrazamos con inexplicable desesperación. Más satisfactorias nos parecieron las todavía inexpertas voces, también en lo interpretativo, que una orquesta que quizás en su obligada reducción evidenció alguna que otra puntual debilidad, lo que no afectó al disfrute del montaje en toda su extensión.
Un Ariodante adaptado a los tiempos
Ya en la sala principal – Trouble in Tahiti se representa hasta el 13 de marzo en la sala Martín i Soler del coliseo valenciano – Andrea Marcon lideró un Ariodante extraordinario a nivel musical y vocal, y que en lo escénico, a pesar de no tratarse de una producción demasiado elegante ni vistosa, acertó sobre manera en lo conceptual, dando un inteligente e imprescindible giro al drama inspirado en los cantos cuatro y cinco del Orlando Furioso de Ariosto, que a lo largo de su desarrollo fue evidenciando una rotunda llamada de atención frente a la violencia sufrida por las mujeres, tan injertada en nuestra epidermis genética que cuesta muchísimo superarla y combatirla. Para ello se echó mano de un interesante recurso en los interludios instrumentales que jalonan la función, protagonizados por marionetas magistralmente manipuladas que nos cuentan el drama con respeto al concepto original, mientras en escena vamos descubriendo que la historia toma un camino más aceptable y acorde a los tiempos. Por ello se ha ambientado en época más reciente, que no actual, aunque en lo escénico reprobamos el toque infantil a lo Siete novias para siete hermanos con el que se representa una Escocia que parece sacada de otro célebre musical, Brigadoon.
La experta y más que autorizada batuta de Marcon extrajo de la orquesta un sonido majestuoso y apabullante, especialmente palpable en unos metales rutilantes y fogosos, sin por ello traicionar el estilo inequívocamente barroco que recorrió la partitura en todo momento, aun tratándose de instrumentos modernos. Muy en sintonía con el elenco, de este destacó especialmente la voz subyugante y la interpretación ajustada de la soprano canadiense Jane Archibald como Ginebra, así como el Polinesio del contratenor francés Christophe Dumaux, con agudos poderosos y equilibrados. Ekaterina Vorontsova construyó un Ariodante convincente en presencia y de voz ágil y bien colocada, coloratura ajustada aunque voz algo más aguda de lo conveniente, lo que no impidió que su dilatada Scherza infida propiciase una ovación generalizada. También el bajo italiano Lucca Tittoto como el padre de Ginebra (lo de rey de Escocia no encaja demasiado en esta propuesta escénica) y el tenor estadounidense David Portillo como Lucranio, hermano de Ariodante, convencieron holgadamente en sus difíciles cometidos, logrando entre todos y todas una función memorable y sin fisuras en un Palau de les Arts iluminado con los colores de la bandera ucraniana, en claro contraste con la nacionalidad de la mezzo protagonista, presumimos que crítica con la criminal invasión que su país está ejerciendo sobre ese pueblo que sufre mientras los demás continuamos con nuestras vidas, miserias e ilusiones quizás a la espera de no se sabe muy bien qué incierta posteridad.
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