El irresponsable ensayo de bulla de Semana Santa, sin apenas mascarillas, que se respiraba ayer, antes de la lluvia, en las calles del centro de Sevilla, parecía indicar que la pandemia es ya agua pasada. Nada más lejos de la realidad, de hecho Valentín Sánchez tuvo que ocupar el hueco dejado por el inicialmente previsto violinista Hiro Kurasaki, un incondicional de la Barroca de Sevilla que no pudo viajar hasta la ciudad por haber contraído el covid. Leo Rossi pasó a ocupar su lugar, y Sánchez el que en un principio debía adoptar el primero. En cierto modo fue una lástima porque guardamos muy buenas sensaciones de las ya varias ocasiones en las que el intérprete japonés afincado en Viena ha tocado en Sevilla. Afortunadamente el buen hacer y la incontestable profesionalidad de los músicos sevillanos facilitó que los resultados fueran igualmente solventes.
En los atriles una versión muy especial, la que ha preparado la compositora de Dos Hermanas Desirée Martín, muy vinculada a Proyecto eLe, especialmente al espectáculo Sinergias del ciclo Luces de barrio que este promueve desde hace un par de años. Consiste en un arreglo para quinteto de cuerdas que el tenor estepeño y la Barroca estrenaron en mayo del año pasado en el Teatro López de Ayala de Badajoz, dentro del Festival Ibérico de la ciudad. Un arreglo concienzudo con el que la joven compositora procura no alejarse ni un ápice del espíritu romántico que informa la partitura, ni de ese estilo tan característico de Schubert capaz de sumergirnos en una profunda melancolía a la vez que inspirar en nosotros y nosotras un sentimiento de esperanza tan adecuado en estos aciagos tiempos en los que tanta necesidad tenemos de ella. Martín aprovechó en su versión para potenciar los sonidos onomatopéyicos que tan a menudo emergen en la música concebida por el autor para el teclado, así como para descubrir en sus pentagramas emociones y sentimientos renovados, siempre desde el respeto y la confianza en el inigualable original, como alternativa, nunca como mejora o reforma. A ella se plegaron con ductilidad y morbidez una plantilla selecta, tan proclive a acentuaciones y contrastes como a un cuidadísimo trabajo en las dinámicas, sin que apenas merezcan considerarse algunos desajustes puntuales que no amargaron el resultado final.
Una voz comprometida y poderosa
Fernández-Rueda y los solistas de la Barroca aplauden a Desirée Martín, autora del arreglo para quinteto interpretado |
El tenor sevillano adoptó un tono heroico, próximo a la lírica wagneriana, pero sin olvidar en ningún momento el carácter liederístico de su propuesta, que se debe ajustar a una expresividad no tanto teatral ni excesivamente dramática como más emotiva y emocional. Así, haciendo gala de una voz perfectamente apoyada, sin inflexiones melodramáticas ni cambios bruscos de registro, Fernández-Rueda logró conmovernos en páginas como El tilo, puro romanticismo, henchido de belleza e intención, de la misma manera que atacó los pasajes más agrios y contundentes con un especial ahínco y una fortaleza al alcance no de todas las voces. Especial mención nos merece su rendición de Die Wirthaus (La posada), donde logró agudizar el tormento y la infinita tristeza que lo informa, entonada con mucha precisión, delicadeza, seguridad y sentido dramático, además de imprescindible elegancia. Para todo ello aprovechó las cualidades de una voz de generosa proyección y envidiable potencia, con una dicción clara y definida, así como una pose estudiada al milímetro sin por ello traicionar lo más mínimo el espíritu de sinceridad con el que acometió su delicada empresa. El resultado fue casi hora y media de disfrute respondido con un cálido, agradecido y dilatado aplauso.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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