Después de coquetear con el violín de Clara Cernat en el arranque de este ciclo que reivindica y divulga el papel de la mujer compositora, especialmente en el arco que va de la segunda mitad del siglo XIX a la primera del XX, y con el pianista Pierre Huillet a cuatro manos en el segundo concierto del ciclo, Carmen Martínez-Pierret se asoció en este tercer capítulo con el conocido violonchelista Israel Fausto Martínez, que junto a ella se revela como promotor y artífice del evento. Aunque esta entrega estaba programada para el pasado mes de enero, su aplazamiento coincidió oportuna y felizmente con la celebración del Día de la Mujer Trabajadora, lo que amplió su sentido y significación. En el programa tres sonatas, dos de ellas de considerable tamaño, escritas en las dos primeras décadas del pasado siglo y como muy bien apuntó la comprometida pianista, separadas por la Gran Guerra, lo que imprimió un carácter muy diferente a las dos primeras piezas de la tercera, cuyo desgarro post bélico se vio terriblemente contextualizado por el actual e inexplicable clima que estamos padeciendo.
Martínez-Pierret es una mujer apasionada, inquieta e inteligente, y eso se vislumbra no solo en su elocuente oratoria sino también en la seriedad con la que aborda estas páginas que ella misma se encarga de reivindicar. Obras que una vez escuchadas y analizadas soportan todo el peso de cualquier crítica, asombran y nos llevan a la conclusión de que a menudo despreciamos aquello que quedó eclipsado por el tiempo, sin reflexionar sobre las circunstancias que le llevaron al olvido, y que en la inmensa mayoría de los casos no es sino una cuestión de género. Así las cosas, pretendemos descubrir en cada obra y autora la influencia de algún insigne compositor, como ese Debussy con quien compartió aula Mel Bonis en su Sonata en Fa mayor, de irreductibles contornos casi impresionistas, o un apasionado y férreo Brahms en la Sonata en mi menor de Dora Pejacevic, así como el inconfundible arranque en estilo Rachmaninov de la Sonata de Henriëtte Bosmans. La primera fue una prolífica compositora de la que solo en los últimos años se está realizando una merecida recuperación. Estudió con César Franck y formó parte de la Sociedad de Compositores Musicales de París. La condesa croata de origen húngaro Dora Pejacevic fue impulsora en su país de la canción orquestal y autora de la primera sinfonía y el primer concierto para piano allí compuestos. Su vida incluso ha sido llevada al cine. Finalmente, Henriëtte Bosmans fue una celebrada pianista holandesa que llegó a tocar innumerables veces junto a la Royal Concergebouw. Su nombre bautizó un premio que desde 1994 se concede a jóvenes compositores holandeses, pero las guerras truncaron su carrera y los nazis prohibieron su música, que pasó del romanticismo al impresionismo y de ahí al expresionismo.
Nombres sin duda valiosos e interesantes que Martínez-Pierret y Fausto defendieron a gusto, con seriedad y ahínco, evidenciando que no se trata de páginas coyunturales, que son suficientemente complejas como para poner en serios aprietos al intérprete. Así, mientras la pianista impuso su sonido contundente, ágil y seguro, en ocasiones, sobre todo con Bonis, eclipsando al violonchelista, éste empleó en todo momento un sonido homogéneo, sedoso y sin estridencias, aunque algo endeble y desdibujado en la sonata de la compositora francesa, sobre todo en el moderato inicial que Martínez-Pierret articuló sin embargo con espléndidas escalas y acordes arpegiados. Más contundente sonó Fausto Martínez en los movimientos extremos de la sonata de Pejacevic, aunque sacrificando afinación en las notas más altas. Sí acertó en el tono melancólico y delicado que empleó en el adagio. En perfecta comunión, ambos lograron una interpretación fluida y llena de temperamento de esta elocuente página musical, mientras de la Sonata de Bosmans cabe destacar la rabia y el dolor que patentes en la partitura tan bien supieron expresar sus intérpretes, él incluso con visible emoción, incluido un adagio de tono elegíaco y sabor amargo que procuraron paliar con la propina, una dulce y encantadora Solitude de Rita Strohl.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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