lunes, 28 de octubre de 2024

LOS MÚSICOS DE LA ROSS Y SU RÉQUIEM POR LA CULTURA

Concierto nº 1 del ciclo de cámara de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Branislav Sisel y Gabriel Dinca, violines; York Yu Kwong y Jerome Ireland, violas; Gretchen Talbot y Alice Yun Shin Huang, violonchelos; Lucian Ciorata, contrabajo. Programa: Sexteto de cuerda en La mayor, de Dvorák; Metamorfosis para septeto de cuerda, de Strauss. Espacio Turina, domingo 27 de octubre de 2024


Este domingo pasado por la mañana, en el Espacio Turina, se celebró el primero de los conciertos que este año integran el ciclo de música de cámara de la ROSS. Lo hizo sin las presentaciones protocolarias que sí hubo en ediciones anteriores, y unas raquíticas y desganadas introducciones de las piezas a cargo de los dos violines convocados para la ocasión, Branislav Sisel y Gaby Dinca, que firmaba con éste su último concierto con compañeros y compañeras de la orquesta de la que él mismo fue miembro fundador, llegada la hora de su jubilación. Vaya por delante nuestra sincera admiración por los músicos convocados, obligados y obligadas a lidiar con estas dos difíciles partituras y con sus ensayos para la Gala Puccini del próximo miércoles y el estreno de Turandot la semana que viene. En los atriles, por un lado el Sexteto op. 48 de Dvorák, pieza con la que el bohemio pretendía rendir homenaje a su admirado Brahms siguiendo el esquema de su opus 18, y por otro Metamorfosis, una pieza de enorme solemnidad y conmovedora expresividad que Strauss compuso para conjunto de veintitrés instrumentos de cuerda, que aquí pudimos escuchar en la versión reducida para septeto del violonchelista Rudolf Leopold.

Muy diferente tenía que ser el espíritu con el que el conjunto afrontara cada pieza, tan diferentes en carácter. Sin embargo, la de Dvorák fue una interpretación endeble, de líneas imprecisas y volúmenes dispersos, que poco favor hicieron a la estética amable y distendida de la pieza. El allegro moderato inicial sonó destemplado y poco penetrante, sin brillo ni pasión. Mejor fue el poco allegretto en forma de dumka, una especie de triste balada de origen ucraniano, cuya melancolía típicamente eslava fue resuelta con mayor grado de satisfacción, frente a un scherzo en forma de furiant, danza eslava brava, que aunque bien ritmado y sincopado, no alcanzó la fuerza anunciada. Llegado el Tema con variaciones, nuestro interés había decaído considerablemente. Se repitieron las constantes del resto de la interpretación, con un primer violín puntualmente estridente, unos chelos apagados, y sólo la viola de Ireland destacando sobre el resto. Más se acertó en contraste y los frecuentes juegos polifónicos que ofrece la pieza.

Con Metamorfosis, Richard Strauss puso de manifiesto su profundo pesar por una cultura que se venía abajo, consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, con un episodio físico concreto, la destrucción de la Ópera de Munich. Pareció oportuna la interpretación de la pieza en un momento en el que también parecen tambalearse los pilares de una cultura cada vez más debilitada en manos de un sistema educativo que no parece ayudar a la reflexión. En este contexto esperábamos sentir ese desgarro que desprende la partitura, prácticamente en vano. Y no porque los siete músicos convocados no lograran plasmar cada pauta e inflexión de la partitura con una técnica impecable, incluidos unos violonchelos más entonados y unos violines menos ratoniles. La incorporación de Ciorata añadió más volumen y significado, pero no el suficiente como para despertar esa desazón imprescindible que destila una obra que, no en vano, culmina con una fatídica cita a la marcha fúnebre de la Heroica de Beethoven. Entre los aciertos, la luz con la que el conjunto abordó una zona central en la que se alzan los recuerdos alegres del pasado.

Foto: Marina Casanova
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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