jueves, 2 de octubre de 2025

UN "COMBATE" DE MEDIO FONDO

Festival de Ópera de Sevilla. Fausto Nardi, dirección musical. Joan Antonio Rechi, dirección de escena. Juan Ruesga, escenografía. Alberto Rodríguez, iluminación. Orquesta Barroca de Sevilla. Rocío Martínez, soprano. Anna Alàs i Jové, mezzosoprano. Víctor Sordo, tenor. Francisco Fernández Rueda, tenor. Programa: Madrigales de Claudio Monteverdi. Producción del Festival Castell de Peralada. Patio de Carlos III de la Real Fábrica de Artillería, miércoles 1 de octubre de 2025


Este espectáculo concebido por Joan Antonio Rechi para el Festival de Peralada fue uno de tantos que se quedaron en el tintero cuando en 2020, a consecuencia del coronavirus, el Maestranza echó el cierre. Pudo verse entonces on line, por tiempo limitado, y ahora lo recupera este primer Festival de Ópera de Sevilla con resultados discutibles, al menos en lo teatral.

La idea de ambientar Il Combattimento di Tancredi e Clorinda, un episodio del Canto XII de Jerusalén Liberada, poema épico de Torcuato Tasso, en un ring de Pressing Catch, no deja de tener su sentido. Lo raro es que a nadie se le ocurriera antes, al fin y al cabo de lucha y combate si no fingida sí, al menos, malograda por los sentimientos amorosos, va el asunto. Lo equivocado, a nuestro juicio, es añadir madrigales a la propuesta y mantener esa misma puesta en escena que poco o nada aporta al sentido literal de cada uno de ellos, y sólo enturbia el disfrute integral de una música irrepetible y sin igual.

Todo esto sin olvidar el enorme esfuerzo al que se somete a los y las cuatro cantantes. La propuesta es dinámica pero insensata, con intérpretes cantando mientras vuelcan su esfuerzo en cambios ultrarrápidos de bata reversible, cargan con diversos utensilios o se tiran al suelo, mermando sus capacidades vocales, a pesar de lo cual podemos decir que salieron airosos del empeño.


Una estimable interpretación musical

También al público se le somete a un considerable esfuerzo, tal es la incomodidad de los asientos y la estrechez generalizada, agravado con unas pantallas para los subtítulos situadas a ras de suelo, impidiendo que más de la mitad del aforo pudiera seguirlos. Una sucesión de despropósitos que no merece esta sublime música.

Monteverdi publicó entre 1587 y 1651 nueve libros de madrigales, buscando el equilibrio perfecto entre texto y música. Junto a sus Scherzi musicali de 1632 constituyen lo mejor de su catálogo. Il Combattimento lo compuso en Venecia cuando era maestro de capilla en San Marcos. Lo estrenó en 1624 y lo publicó en 1638 como parte del Libro de Madrigales guerreros y amorosos número 8. Es una de las piezas de las programadas en este desigual evento que fueron concebidas para representarse, y un pretexto perfecto para confrontar los dos estilos que Monteverdi quería poner en liza, el más delicado y amoroso frente al más agitado, de batalla.

Con la Barroca siempre dando lo mejor de sí, esta vez bajo las órdenes precisas y bien formadas del especialista Fausto Nardi, Tempro la cetra, del Libro VII, sirvió como introducción del Combattimento. Y tras este prodigio de arquitectura musical, fueron desgranándose el resto de madrigales y scherzi pretendiendo que fluyeran como consecuencia natural unos de otros, aunque la estrategia no llega a funcionar en todo su esplendor.

A partir de ahí se sucedieron dúos formidables de Sordo y Fernández Rueda, por ejemplo en Zefiro torna, así como de Martínez y Alàs i Jové, que en formación de cuarteto en piezas como Damigella tutta bella, lograron salvar con óptimos resultados una puesta en escena fatigosa y fulgurante. Cada uno y una resistieron el combate con un canto refinado y acertadamente ornamentado, con especial hincapié en la voz potente, de timbre profundo pero aterciopelado, de la mezzo catalana, capaz también de explotar su vena cómica, y que en el Lamento d’Arianna estuvo soberbia.


Menos convincente resultó Rocío Martínez, que defendió sottovoce un Si dolce é il tormento algo melifluo, y exhibió en el resto una voz desigual, a veces espléndida, otras ronca y estridente. De sus compañeros de reparto destacamos la solvencia, sobriedad y coherencia de Víctor Sordo, de sonido homogéneo y, dentro de su tesitura, profundo y autoritario. Más romántico, Fernández Rueda logró también una actuación acertada, prestando su voz sedosa y discretamente ornamentada al papel de Tancredi, y resolviendo con igual soltura el resto de cometidos.

Como siempre, fue evidente el disfrute de los y las integrantes de la selección de la Barroca convocada al efecto, mientras del público pudimos extraer la consecuencia más o menos generalizada de que la propuesta de Joan Antón Rechi había resultado en general insatisfactoria.

Fotos: Alejandro Verdugo (Archivo fotográfico del Festival de Ópera de Sevilla)
Artículo publicado en El Correo de Andalucía