La
idea de ambientar Il Combattimento di
Tancredi e Clorinda, un episodio del Canto XII de Jerusalén Liberada, poema épico de Torcuato Tasso, en un ring de Pressing Catch, no deja de
tener su sentido. Lo raro es que a nadie se le ocurriera antes, al fin y al
cabo de lucha y combate si no fingida sí, al menos, malograda por los
sentimientos amorosos, va el asunto. Lo
equivocado, a nuestro juicio, es
añadir madrigales a la propuesta y mantener esa misma puesta en escena que
poco o nada aporta al sentido literal de cada uno de ellos, y sólo enturbia el
disfrute integral de una música irrepetible y sin igual.
Todo
esto sin olvidar el enorme esfuerzo al
que se somete a los y las cuatro cantantes. La propuesta es dinámica pero
insensata, con intérpretes cantando mientras vuelcan su esfuerzo en cambios
ultrarrápidos de bata reversible, cargan con diversos utensilios o se tiran al
suelo, mermando sus capacidades vocales,
a pesar de lo cual podemos decir que salieron airosos del empeño.
Una estimable interpretación musical
También
al público se le somete a un considerable esfuerzo, tal es la incomodidad de los asientos y la estrechez generalizada,
agravado con unas pantallas para los subtítulos situadas a ras de suelo,
impidiendo que más de la mitad del aforo pudiera seguirlos. Una sucesión de despropósitos que no merece
esta sublime música.
Monteverdi
publicó entre 1587 y 1651 nueve libros de madrigales, buscando el equilibrio perfecto entre texto y música.
Junto a sus Scherzi musicali de 1632
constituyen lo mejor de su catálogo. Il
Combattimento lo compuso en Venecia cuando era maestro de capilla en San
Marcos. Lo estrenó en 1624 y lo publicó en 1638 como parte del Libro de Madrigales guerreros y amorosos
número 8. Es una de las piezas de las programadas en este desigual evento que
fueron concebidas para representarse, y un pretexto
perfecto para confrontar los dos estilos que Monteverdi quería poner en
liza, el más delicado y amoroso frente al más agitado, de batalla.
Con
la Barroca siempre dando lo mejor de sí,
esta vez bajo las órdenes precisas y bien formadas del especialista Fausto Nardi, Tempro la cetra, del Libro VII, sirvió como introducción del Combattimento. Y tras este prodigio de
arquitectura musical, fueron desgranándose el resto de madrigales y scherzi pretendiendo que fluyeran como consecuencia natural unos de otros,
aunque la estrategia no llega a funcionar en todo su esplendor.
A
partir de ahí se sucedieron dúos
formidables de Sordo y Fernández Rueda, por ejemplo en Zefiro torna, así como de Martínez y Alàs i Jové, que en formación
de cuarteto en piezas como Damigella
tutta bella, lograron salvar con
óptimos resultados una puesta en escena fatigosa y fulgurante. Cada uno y
una resistieron el combate con un canto refinado y acertadamente ornamentado,
con especial hincapié en la voz potente,
de timbre profundo pero aterciopelado, de la mezzo catalana, capaz también de
explotar su vena cómica, y que en el Lamento
d’Arianna estuvo soberbia.
Como
siempre, fue evidente el disfrute de los
y las integrantes de la selección de la Barroca convocada al efecto,
mientras del público pudimos extraer la consecuencia más o menos generalizada
de que la propuesta de Joan Antón Rechi había resultado en general insatisfactoria.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía